Las redes sociales se han convertido en una parte inseparable de nuestra vida. A través de ellas compartimos momentos, opiniones, logros y, en muchas ocasiones, más información de la que deberíamos. Pero ese mismo espacio que nos conecta con el mundo también puede convertirse en un campo minado si no somos conscientes de los riesgos que entraña. Uno de los más frecuentes y peligrosos es la suplantación de identidad en el entorno digital.
Este delito consiste en que una persona se hace pasar por otra, utilizando su nombre, imágenes, datos o incluso creando perfiles falsos para engañar a terceros. Lo preocupante es que, en muchos casos, no se requiere de grandes conocimientos técnicos para lograrlo. Basta con que la víctima haya cometido alguno de los errores más comunes en el uso cotidiano de las redes.
La suplantación de identidad no siempre comienza con un ataque informático sofisticado. Muchas veces empieza con algo tan inocente como publicar una foto en la que aparece nuestro DNI sin darnos cuenta, o aceptar la solicitud de amistad de un perfil desconocido. Poco a poco, el ciberdelincuente va recopilando información hasta construir una identidad digital que parece legítima.
Uno de los errores más habituales es compartir demasiada información personal. Fechas de nacimiento, lugar de trabajo, ubicación exacta, nombres de familiares… todos estos datos pueden ser utilizados para responder preguntas de seguridad, acceder a nuestras cuentas o ganarse la confianza de otras personas en nuestro nombre.
El uso de contraseñas débiles o repetidas, es otro de los errores principales de los usuarios. A pesar de las advertencias por parte de expertos en ciberseguridad, muchas personas siguen utilizando combinaciones fáciles de adivinar o usan la misma clave para varias plataformas. Esto hace que, si una de esas cuentas es vulnerada, las demás también queden expuestas. El problema se agrava cuando no tenemos activada la verificación en dos pasos. ¿Aún no sabes que significa esto? Esta medida de seguridad añade una capa extra de protección, ya que incluso si un atacante consigue nuestra contraseña, no podrá acceder a la cuenta sin el segundo factor de autenticación, que generalmente se envía a nuestro móvil.
También solemos cometer el error de aceptar solicitudes de amistad de desconocidos o responder mensajes sospechosos puede abrir la puerta a que alguien obtenga acceso a nuestra red de contactos, nuestras publicaciones privadas y hasta a conversaciones íntimas.
Pero sin duda, no podemos olvidar el peligro de los enlaces maliciosos. Uno de los métodos en auge actualmente. A través de técnicas como el phishing, muchos usuarios son engañados para introducir sus credenciales en páginas que imitan a las originales. Un solo clic en un enlace fraudulento puede ser suficiente para perder el control de nuestras cuentas.
Las consecuencias de una suplantación de identidad pueden ir desde la creación de perfiles falsos que dañan nuestra imagen, hasta fraudes económicos, chantajes o acoso. También puede derivar en problemas legales si alguien utiliza nuestros datos para cometer delitos o estafas.
Además, el daño reputacional puede ser difícil de revertir, especialmente si se ha utilizado nuestra identidad para interactuar con otras personas, pedir dinero, difundir contenido ofensivo o comprometer a terceros.
Lo primero es actuar con rapidez. Hay que reportar inmediatamente el perfil falso a la plataforma correspondiente (Facebook, Instagram, Twitter, etc.), recopilar pruebas (capturas de pantalla, enlaces, conversaciones) y ponerlo en conocimiento de las autoridades. En España, por ejemplo, se puede denunciar este tipo de delitos ante la Policía Nacional, la Guardia Civil o a través de sus canales online especializados en ciberdelincuencia.
Además, conviene revisar todas nuestras contraseñas, cerrar sesiones abiertas en otros dispositivos y activar medidas de seguridad adicionales en nuestras cuentas.
Aunque nadie está completamente a salvo, adoptar una actitud preventiva puede marcar la diferencia. No se trata de vivir con miedo, sino de ser conscientes de que en el entorno digital, igual que en el físico, debemos proteger nuestra identidad. Configurar bien la privacidad de nuestras redes, desconfiar de lo que no nos parezca claro y mantenernos informados sobre buenas prácticas de ciberseguridad es esencial.
En definitiva, no hay nada más personal que nuestra identidad, y en internet, muchas veces, basta un pequeño error para que alguien más se adueñe de ella. Cuidémosla como lo que es: uno de nuestros activos más valiosos.
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